Pisco con jugo de arándanos
(Puerto de Valparaíso, Chile)
Dulce y jugoso:
sus rojeces me tientan la lengua,
me provocan
a meterle el dedo
y revolver las cosas;
el borde de la copa está mojado
y redondo
como una cavidad abierta,
húmedo como los sueños en secreto.
Un jardín de delicias terrenales se abre,
promete tentaciones escondidas en el líquido rojo,
seductor como en ningún otro país,
sensual como saliva caliente,
como limones ácidos,
como una entrega inacabable.
Sucumbo
a semejante tentación
como si los días no tuvieran fin,
como si la resaca no existiera,
como si sólo el acto de beber el jugo
que ofrece una mujer en esta barra
tuviera algún sentido.
Mucho más tarde
el ácido me paraliza:
es arriesgado, me doy cuenta,
y demasiado embriagador
este ceder a las rojeces tentadoras.
Sin embargo
el borde aún me llama
y me incita a aproximar los labios,
a pasarle la lengua en su secreto,
a darle vida a la carne olvidadiza,
a emborracharme
con jugo mágico de luna roja y decadente.
Cuando por fin me alejo de las humedades
(no se equivoquen)
mi tardía y débil abstinencia
muy poco tiene que ver con las virtudes.
Es que me asusta mucho el día que sigue
a semejantes borracheras:
la ausencia de dulzura,
la súbita carencia de tan tierno jugo
me hace temblar como si fuera un barco abandonado,
un marino a quien dejó plantado en la taberna
una de sus amantes veleidosas.
En Ana María Shua, ed. Antología de poesías de amor (Buenos Aires: Ediciones Colihue, 2002)
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