Si hay textos bellos relacionados con los insectos, el poema que Rimbaud escribe sobre las buscadoras de piojos en la cabeza de un niño debería estar entre los primeros de ellos.
Podría traducirse libremente más o menos así:
Cuando la frente del niño, plagada de tormentos rojos,
convoca el enjambre blanco de sueños imprecisos,
se aceran a su cama dos hermanas mayores, encantadoras,
con frágiles dedos de argentinas uñas.
Sientan al niño frente a una ventana grande, abierta,
en la que el aire azul baña un montón de flores,
y en su abundante cabellera en la que cae el rocío
pasean sus dedos finos, terribles y encantadores.
El niño escucha cantar sus tímidos alientos
que huelen a largas mieles vegetales y a vinos rosados
y que a veces interrumpe un silbido, salivas
retenidas en el labio o deseos de besar.
Escucha sus pestañas negras batir bajo los silencios
perfumados; y sus dedos elétricos y dulces
hacen crujir entre sus indolencias grises
bajo las uñas de monarcas la muerte de los pequeños piojos.
Así, asciende en él el vino de la Pereza,
suspiro de armónica que podría delirar;
El niño siente a la lentitud de las caricias
el brotar y morir incesante de un deseo de llorar.
I know no french, therefore based only on the merit of the evocative translation, I say this poem is haunting, its music, delicious.
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