En la playa he encontrado un caracol de oro
macizo y recamado de las perlas más finas;
Europa le ha tocado con sus manos divinas
cuando cruzó las ondas sobre el celeste toro.
He llevado a mis labios el caracol sonoro
y he suscitado el eco de las dianas marinas,
le acerqué a mis oídos y las azules minas
me han contado en voz baja su secreto tesoro.
Así la sal me llega de los vientos amargos
que en sus hinchadas velas sintió la nave Argos
cuando amaron los astros el sueño de Jasón;
y oigo un rumor de olas y un incógnito acento
y un profundo oleaje y un misterioso viento...
(El caracol la forma tiene de un corazón.)
Imposible no recordar este poema de Rubén Darío cuando al pasear por la playa se encuentra uno un caracol vacío y se lo lleva a la oreja--imposible no hacerlo--para escuchar ese "rumor de olas" distante que recuerda la primera vez que se tuvo, de niño, tal misteriosa experiencia.